miércoles, 11 de septiembre de 2013

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El «Woodstock católico» tomaba forma tras la salida del sol en Copacabana, donde miles de jóvenes acampaban para asistir a la misa con la que el Papa culminaba la Jornada Mundial de la Juventud. El rock no era tan pesado como en aquellas jornadas hippies de agosto de 1969 en una granja estadounidense, pero la música cristiana y la samba brasileña hicieron bailar a cuatro millones de fieles en la Ciudad Maravillosa, sin importar el lugar de procedencia.

De esta manera, la playa de Copacabana, normalmente plagada de cariocas con cuerpos esculturales en diminutos trajes de baño, se convertía en destino de peregrinación y escenario de una misa arrullada por las olas.

Surferos, monjas y biquinis

Los peregrinos que llegaron más temprano limitaron sus parcelas levantando muritos de arena, plantando banderas de sus países o del papa Francisco, y estirando sus sacos de dormir.

Muchos, cansados tras casi una semana de actividades alteradas por problemas de transporte y cambios de programación, dormían en ese espacio. Otros jugaban al fútbol a orillas del mar, guitarreaban, o hasta bailaban «la Macarena». «Le hicimos un lugarcito a la Virgen María, que ya está un poco quebrada porque nos acompañó en todo el trayecto», cuenta el seminarista chileno Cristian Rivera Suaza. A su lado, dos curas franciscanos se pasean sin percatarse que frente a ellos unas chicas, ya instaladas, tratan de ponerse el traje de baño tapándose entre sí para que nadie las vea, aprovechando unos rayos de sol que varias veces amagaron con quedarse.

Mientras, en el agua dos monjas se bañaban con los hábitos puestos. El salvavidas las regaña, «¡Hermanas, si no saben nadar por quése meten, soólo ayer durante la vigilia rescatamos a más de 200 personas!».

También los brasileños de los puestos están contentos porque aseguran venden a «gente buena». «¿Tienes un 'short'?», pregunta un peregrino. «No, sólo 'sunga' (biquini masculino)», responde el vendedor ambulante Wilson Carmo dos Santos, provocando una sonrisa tímida en el joven católico, que opta por seguir su camino.

Durante esta jornada de la juventud ha quedado claro que la Iglesia ha recuperado el terreno perdido frente a los evangélicos, en lo que a mercadotecnia se refiere. En Copacabana, la construcción del faraónico escenario donde el Papa Francisco ofició la Misa, se inspiró las curvas de Río de Janeiro. A las 10 de la mañana el Sumo Pontífice «emergía» por la rampa, a bordo de su papamóvil.

Con 3.115 m2, el escenario elevaba al Pontífice a 8 metros del suelo. En el fondo, en una pantalla gigante inspirada en las montañas de la ciudad, se proyectaban diversas imágenes. En el centro una cruz de 22 metros de altura y un área cubierta, donde el Papa Francisco oficiaba la misa. Cuatro plataformas circulares de diferentes alturas conformaban la estructura: una para la orquestra, otra para el coro y otras dos para los obispos y cardenales que se quedaron en el escenario junto al Santo Padre.

Sobre la arena, los peregrinos asistían emocionados a la misa. Samuel y Abrahám, dos jóvenes españoles del Camino Neocatecumenal que residen con su familia en Austria, exhiben su bandera nacional en la playa. Con los ojos brillosos, se emocionan escuchando el evangelio. Fernando y Marta, de un grupo de 17 de alumnos salesianos de Barcelona se funden en un largo abrazo. Argentinos y brasileños también se dan la paz. «La fe sin alegría no es fe», dice Marta. Al finalizar la misa, nadie puedo contener la algarabía. El Papa Francisco anunciaba que la próxima Jornada de la Kuventud se celebrará en Cracovia, en el 2016, un claro homenaje al fallecido Juan Pablo II.

Una actitud ejemplar

La lluvia y el frío llevaron a las autoridades a levantar a última hora el cierre de la JMJ, que iba a realizarse en el Campus Fidei de Guaratiba. Ante los graves problemas, el alcalde de Río calificó la organización con un cero. Mientras, en Copacabana no existían ni siquiera baños necesarios para la multitud que asistieron a la misa de ayer. Además, en Guaratiba todo estaba organizado para dar de comer a los peregrinos, pero en Copacabana no existía ninguna condición para resolver estos problemas. Y lo más importante: la tragedia podía haber llegado en cualquier momento, tras alguna avalancha o tumulto. Pero ahí estaban los peregrinos con su comportamiento ejemplar y su «buen rollo». Desde luego, con jóvenes así, el futuro de este mundo promete.